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domingo, 10 de enero de 2016

'Varilargueros y picadores' por Mariano Tomás


   Cuando el varilarguero se convirtió en picador, concluyó el procese de simplificación que representa la historia del toreo a caballo. Por eso se denomina suerte de varas a lo que en otros tiempos fue todo un repertorio de la lidia.
   Como clara manifestación de este devenir negativo, podemos citar la claudicación de sus protagonistas, que durante el siglo XVIII superaron en importancia a los toreros de a pie, por se depositarios de la antiquísima tradición de la lidia caballeresca, y hasta principios de esta centuria compartieron la atención del aficionado en los carteles.
   De toda aquella grandeza, en la actualidad prácticamente solo queda el detalle honorífico que permite a los del castoreño lucir chaquetilla bordada en oro, dignidad a todas luces, injustificada por ese tremendo paso desde la popularidad al denuesto, y que en definitiva, supone la devaluación del más decisivo tercio del espectáculo.
   La evidente degeneración de este peculiar toreo es una de las deficiencias más graves de la tauromaquia actual, pues su conversión, salvo raras excepciones, en simple ejercicio sangriento, carente de mérito, ha hecho surgir numerosas voces de protesta que tratan de obtener el destierro de los montados en la corrida.
   Tal posibilidad supone atentado insuperable contra la esencia del arte taurino, que tiene su fundamento en la reducción del toro hasta su sometimiento. Y esta adecuación del astado, para la lucha en el ruedo, debe realizarse ante el público y en torero, es decir, mediante el ejercicio correcto de la suerte de varas, necesitada por ello de atención reformadora en su regulación para cumplimentar las exigencias referidas.
   Pero tal conveniencia implica dificultades, no sólo por la incidencia de intereses encontrados, sino por el gran número de elementos a tener en cuenta, tales como el peso de los caballos, las medidas de los petos, la modalidad de la puya y los terrenos para la ejecución de las suertes.
   No obstante, todo ello podría superarse si no fuera porque los picadores, en su mayoría, consecuentes con la línea de claudicación referida, se nos presentan como el principal obstáculo para que la lidia de varas recobre su antiguo esplendor. 
   Esta es la lectura precisa de las recientes declaraciones del Rubio de Quismondo, puntal de los toreros a caballo, de valioso curriculum, y cuya veteranía y éxito le dan fuerza representativa, cuando afirma que "se pica mejor que nunca", desplazando la causa de la crisis comentada a la falta de raza en el toro.
   A pesar de todo, insistimos en la necesaria reforma que permita atajar definitivamente el desfase de los tercios en la corrida, principal problema suscitado por el tema debatido.
   Efectivamente, la deficiente transformación de la lidia, ha supuesto, como nota fundamental, el incremento de la importancia del tercio de muerte, en detrimento del de varas, con lo que la fiesta ha perdido la emoción de la competición y el enfrentamiento entre sus protagonistas.
   Antaño, la suerte de varas se alargaba lo suficiente para que en turno de quites, los tres diestros anunciados rivalizasen ante la misma res, y ello establecía una justa medida en la valoración de estilos, y se traducía en incremento de emoción y estética en el albero, y de afición y entusiasmo en los graderío.
   No cabe dudad de las extraordinarias posibilidades del primer tercio. Y así, una de las estampas más bellas de la reciente tauromaquia la compuso el guardiola Topinero y Francisco Martín Sanz en la feria sevillana de 1988, mezclándose silencio con alborozo ante la lidia tan espectacular, cuando en varias ocasiones el toro encampanado, en larga y veloz carrera, recibía la vara lanzada y fuertemente agarrada por el caballero.
   Este es el revulsivo que necesita la fiesta en la recta final del siglo. Y también debe constituir la fiesta en la recta final del siglo. Y también debe constituir un proyecto importante para las escuelas taurinas, donde los jóvenes pueden encontrar interés en recuperar la grandeza perdida de tan sugestivo toreo, con la formidable técnica del varilarguero.

                                                                          
                                                       Toreajes, Mariano Tomás Benitez (1992)



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