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El triunfador de la feria citando al cuvillete |
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El torero de la feria toreando un adolfo |
Muchas han sido las opiniones y comentarios que se han vertido para evaluar el balance de la feria de Fallas, donde casi todos coinciden en el bajo nivel ganadero en las corridas de figuras, el triunfalismo festivalero del público asistente con la condescendencia de un palco presidencial con un nivel de exigencia antes, durante y después del festejo que está cayendo en picado, puede ser por la inercia que han imprimido por estas tierras ese totum revolotum politico, empresarial y mediático que se suele situar en el callejón de la plaza entre el 3 y el 4 repartiendo besos y abrazos.
Incluso los que arengaban no hace mucho hacia esa alegría en el siempre respetable pero cada vez más ignorante público, que despreciaban a los aficionados talibanes y recalcitrantes, ahora empiezan a verle las orejas al lobo y están preocupados del nivel de plaza pórtatil que se ha llegado en los tendidos recién remodelados de la plaza de la calle Xàtiva, ahora que los aficionados han comenzado abandonar por la labor realizada por las empresas en la última década con el beneplácito de políticos de diverso pelaje y los voceros 'sobrecogedores'.
Como siempre, una reflexión inteligente perfectamente expresada es la de José Ramón Márquez en 'Salmonetes...' en una entrada titulada Lo que va del toro a la mona:
Yo no soy aficionado al balompié ni en general a los deportes salvo, al boxeo, pero por hacer un símil, lo que vemos en las plazas de toros cada día es como si el Real Madrid o el Barcelona (July, Manzanares, Ponce, Cayetano…) sólo quisiesen jugar contra la Ponferradina (Cuvillo, Juan Pedro, Garcigrande, Martelilla…), alegando que la excelsa clase de sus jugadores sólo brilla adecuadamente con equipos muy inferiores y que así es como el auténtico amante del fútbol puede degustar la calidad y el arte del equipo. El resultado de ese planteamiento sería que en seguida las gentes perderían el interés por ese espectáculo degradado, puesto que lo que las gentes demandarían sería ver a sus ídolos enfrentados a otros iguales a ellos, de similar condición, unos más duros, otros más ásperos, aunque eso fuese en detrimento del arte balompédico, de los toques y las jugadas ensayadas. Se perdería en arte y se ganaría en emoción y autenticidad.
Pues en los toros, pasa exactamente lo mismo. No se puede ir a la plaza a esperar que a un tío se le ocurra enhebrar tres series de redondos y una de naturales y a ver si clava el estoque donde sea para tundirle a orejas peludas; que además no suele pasar ni eso, porque los toros es un espectáculo completo, desde que el animal sale a la arena, se le para de capa, se le pone al caballo y se le pica, se le banderillea, se le torea de muleta, y se le mata. Y en todo eso, muy de tarde en tarde, aparece lo que algunos llaman arte, que yo lo prefiero llamar el toreo. Pero quien da el interés, la emoción y la gracia, quien crea las dificultades, quien representa el problema, quien eleva al torero y le transforma en un ser especial es el toro, que es la base esencial del espectáculo. Digo toro como contraposición a mona, que es lo que la deformada sensibilidad contemporánea nos presenta como material artístico. La diferencia entre ambos extremos se mide en bostezos.