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viernes, 22 de julio de 2011

Sólo la emotividad de la despedida


Las despedidas de toreros suelen ser emotivas por lo que se ha sido o se ha podido ser, y esas fueron las únicas gotas de pellizco en una tarde donde pocas cosas se pueden reseñar: el momento final de la despedida de Vicente Barrera, un gran par de Alcalareño al segundo de la tarde y si me apuran una tanda por la derecha de El Cid a ese mismo toro, y nada más, de todo lo demás no queda nada.

El público, que cubría la plaza en poco más de la mitad de su aforo, en general festivalero y a favor de corriente, pudo sufrir una corrida de Juan Pedro Domecq (d.e.p.) mansa sin fondo ni casta, a excepción del pequeño 5º, donde el tercio de varas era un puro simulacro, pastueña pero justísima de fuerzas que llegaban al último tercio con cierta movilidad sin transmisión, estos son los frutos de la busqueda del toro artista. Pero si algo hay que señalar es la mejora de la presentación de los juampedros con respecto a las últimas comparecencias con otros coletas en esta plaza.

La última comparecencia en este coso de Vicente Barrera, su coso, no se salió de su estilo parado, hierático sin cercanias lo que significa desapegó y más que torear es acompañar las embestidas dulces tanto de Valeroso, el inválido que abrió plaza, y de Señor, toro sosón que iba y venía, y al que el matador llevó a los terrenos de sol para buscar el calor de un público que aplaudió los alardes y desplantes finales, para llevarse doble trofeo con la colaboración del palco que no quisó borrarse de la fiesta.

Manuel Jesús El Cid estuvo por debajo de sus dos oponentes, el mejor lote de la tarde, abusando en exceso de circulares y hasta algún martinete, que en toreros vulgares son repochables pero en toreros de clase son imperdonables, desorejó a Vaya-tio con sólo una serie de peso, para desaprovechar las embestidas de Fandango, un jabonerito que tuvo más transmisión y más tranco que sus hermanos.

Daniel Luque, eterna promesa que se le sigue esperando, lo intentó con el capote llegando a dar alguna verónica pero sin regalarnos con un ramillete de las mismas, para pasar inadvertido con la franela donde baja considerablemente y donde se pueden observar más que nada los vicios de la nueva tauromaquia, como levantar ligeramente la pierna contraria como intentando cargar la suerte para volverla a su posición inicial o presentar la muleta con el estaquillador por detrás de la cadera. Destacar el gesto de callar la música cuando sonaba a destiempo en una faena que no decia nada.

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