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domingo, 23 de mayo de 2021

Antisistema (El aficionado díscolo)

La pandémica travesía del desierto nos vislumbra un  futuro más que incierto para la vida en el planeta taurómaco. Novilleros sin oportunidades, toreros descatalogados de los escasos festejos, ganaderías desembarcando en los mataderos, aficionados tirando de lecturas, vídeos, sin tocar la piedra, público y jóvenes desenganchándose de esta adicta afición.

Poco podemos esperar de políticastros de tres al cuarto acomplejados por los de enfrente, ni de figuras de relumbrón que se esconde como conejos, que sólo asoman cuando escampa, con sus medios voceros tapándoles sus miserias, en tendaderos sometiendo a la becerrita somatizada, ni de  ganaderos sistematizados vendiendo toros con bolitas al mejor postor. Por no hablar del troust empresarial (ahora los podéis encontrar en twitter) más preocupados en cortar la cabeza al que se mueve en la foto, que de promocionar el futuro, ni cuanto menos el presente.

Si el peregrinar de aficionado inconformista era constante antes del marzo pasado, no sabemos donde iremos a parar después de poder vencer a un virus que ha hecho patente aún más las mentiras y las miserias de esta sociedad, por ende y con más ahinco del sistema taurófago.

Puede que la emigración taurina sea cuasi necesaria, impenitente marcha buscando hierros y toreros fuera del circuito, verdadera contracultura de la tauromaquia, esa necesidad constante de buscar emoción y  verdad, sin trucos ni ambajes, o lo menos posibles.

Hace un lustro Marco, turinés de nacimiento, aficionado universal e ilustrado al que muchos del pin y la pulserita deberían escuchar, en un paseo taurino por Madrid me comento la existencia de una ficción novelada de Javier Villán donde narra corridas clandestinas celebradas al amanecer desafiando una prohibición. Por diferentes vias llegan voces sobre festejos sin luces y tentaderos celebrados con la colaboración altruista de aficionados.  No hace tampoco mucho tiempo Juan, aficionado madrileño, en una cálida noche ceretana contaba su idea de poder organizar festejos montados por aficionados en una plaza con buen aforo dotada de buenas comunicaciones. En otra ocasión, un ganadero de encaste minoritario (Daniels dixit) nos contaba como quemaba sus erales a puerta cerrada para disfrute personal ante la imposibilidad de vender sus bureles con cinco hierbas.

Ideas, planes, salidas de aficionados, gente del toro que no traga con un sistema saturnal que todo lo devora, no tolera un entramado mafioso que estrangula a todo aquel que quiere romper su encapsulado monopolio, con sus propias ganaderías, sus toreros jornaleros y sus cosos repartidos convenientemente en unos pliegos cartesianos que les favorecen por mucho que los critiquen (si no díganme en qué ámbito empresarial hay bofetadas por adquirir unos negocios que luego catalogan de ruinoso). 

Que se están creando dos circuitos diferentes en el planeta taurino hace tiempo que es un hecho. El de las ferias con público de aluvión, toreros mediáticos, ganaderías toreables, figuras enquilosadas e inamovibles, frente al de las ferias mal llamadas toristas con todo sus prejuicios peyorativos y etiquetas que le quieran poner el taurinismo rapante con la inestimable ayuda de los medios de (des)información taurina, de los voceros que ya no se venden por un plato de lentejas (acto hasta cierto punto comprensible pues la vida está muy cara y el estómago pasa cuentas todos los días) si no por unos gins,  pase de callejón y meriendas psicodélicas.

Por otro lado el animalismo o antitaurinismo enfrentada toda la vida desde que existe la Tauromaquia, es decir desde que un hombre prehistórico se plantó delante de un cornúpeta antecesor, cuenta en el presente con el apoyo del lobby mascotero y  de la política buenista y bienpensante que aprovechan la sensiblera sociedad del s. XXI con su visión urbanita y desnaturalizada de la naturaleza, para arremeter contra todo lo que pueda oler a los valores propios e intrísecos de la Tauromaquia.

Ante todo esta realidad, aumentada por la pandemia y sus circunstancias, ¿estaremos lenta pero inexorablemente abocados a festejos montados por aficionados acuciados por el panorama de las grandes ferias y el hostigamiento de un lobby antitaurino cada vez más afianzado, con más partidarios y más simpatizantes? ¿Puede ser el principio del fin o de ésta saldremos más fuertes? ¿Debemos  movernos los aficionados o seguimos viéndolas venir?

El aficionado díscolo

Nota: Acepto respuestas. Es más, me gustaría que las hubiera.