Seguimos recordando tardes importantes de no muy antiguas pasadas ferias de julio, donde había toros, torerazos y gestos importantes, comparando lo sucedido esta pasada tarde en el ruedo de la plaza de la calle Xàtiva de no tiene nada que ver, por que esa corrida tuvo verdad, emoción y bravura por parte de todos.
Asi lo vió el maestro Joaquín Vidal en una tarde que ninguno de los coletas era el titular, pero el mexicano Zotoluco, Oscar Hígares y un joven José Luis Moreno que recibió un sablazo certero en el muslo, y en que los victorinos rayaban unas cifras de bravura y raza muy altas lejos de donde se encuentran en la actualidad, y donde vimos una tercio de varas que muy rara veces podemos admirar en una plaza de toros entre Efrén Acosta y un bravo victorino:
El tercer victorino le pegó una cornada tremenda a José Luis Moreno. No es que resultara espectacular; por el contrario parecía que el toro simplemente lo había derribado.
Ocurrió al entrar a matar. Moreno, que tenía en puertas el triunfo después de su valerosa faena -las emociones que provocó la casta del victorino fueron muchas, el público estaba entregado- pinchó en su primer intento de volapié. Y al segundo, sin duda por asegurar la estocada, se volcó.
Visto y no visto, Moreno cayó al suelo y cuando se incorporó llevaba una copiosa hemorragia en el muslo. Las cuadrillas, los otros matadores, corrieron a socorrerle, lo auparon a puñados, lo trasladaron en volandas a la enfermería y si el torero llevaba un rictus de dolor intenso, el de quienes lo portaban era de espanto. Cuando volvieron iban todos ensangrentados.
Se temió lo peor, ya puede imaginarse. Hasta que de la enfermería llegaron pronto noticias de que la cornada, ciertamente grave, no comportaba especiales complicaciones.
Una oreja premió la faena de José Luis Moreno, que había tenido al público en vilo. El toro, uno de los más chicos de la feria, sacó una casta excepcional, y pues embestía recrecido y perseguía codicioso el engaño, cada pase que le daba José Luis Moreno se convertía en un pasaje angustioso.
A la agresividad del toro correspondió José Luis Moreno con ambición de triunfo y torería, y logró ejecutar tandas de redondos y naturales, estupendamente rematadas con los pases de pecho. Entró a matar... Y, en fin, acaeció el infortunio.
La primera mitad de la corrida estuvo muy argumentada por la casta de los toros y el valor de los toreros. Óscar Higares le hizo larga y no siempre bien conjuntada faena a un toro pastueño que seguramente mereció más arte en la ejecución de las suertes.
En cambio con el quinto estuvo valentísimo Óscar Higares. Y pese a sufrir una aparatosa voltereta al salir de un derechazo, de la que resultó con dos dedos fracturados, continuó pundonoroso, desmedido en su generosa entrega, y se llevó otra oreja que el público valenciano solicitó por aclamación.
El triunfalismo -podríamos llamarlo orejismo- vivía su tarde de gloria. Los orejistas convencidos recibían en esta corrida el desquite de la penuria orejil habida en la feria, con una lluvia de orejas no siempre bien distribuida. Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Y si son orejas, dará igual, es de suponer.
Las obtuvo en mayor cantidad Zotoluco, que cortó tres -una por toro- merced a tres lidias llevadas con autoridad y maestría; merced a tres faenas de muleta realizadas desde la valentía y concebidas con sentido dominador.
Una atención especial merece este Zotoluco, venido de México a principio de temporada, que está demostrando unas cualidades singulares en la interpretación del arte de torear. En Valencia, como antes en Pamplona y en Madrid, desarrolló un toreo perfectamente ajustado a los cánones, y de muy honda y muy auténtica interpretación.
México -la tauromaquia mexicana, se quiere decir- dejaba su impronta en esta función de la feria valenciana, desde luego con Zotoluco y quizá aún más con su picador Efrén Acosta, que dio una inesperada y bellísima lección de toreo ecuestre.
El cuarto toro, bravo y poderoso, lo derribó con estrépito y aunque querían llevarlo a la enfermería, Efrén Acosta se negó. Montó de nuevo el jamelgo, botó sobre la silla mexicana que había sacado, y citó al victorino. De muy lejos se arrancó el toro, Acosta lo esperó de frente con la vara en alto, y un punto antes de producirse el encuentro la tiró al morrillo, se apalancó en ella deteniendo la acometida y vació la suerte dando limpiamente la salida al toro por delante del caballo.
Una ovación de gala premió el puyazo de Efrén Acosta-¡lo mejor de la feria!- y después Zotoluco le brindó el toro. La corrida de los victorinos pudo ser memorable. Si no fuera por las cogidas cabría decir que constituyó un gran espectáculo.
1 comentario:
¿Torerazos? El tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Zotoluco desapareció sin más e Higares se gana la vida contando chistes en programass televisivos de relleno de verano. Lo que hay que leer.
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