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jueves, 22 de julio de 2010

Otras feria de julio: Enrique Ponce con 6 toros


Recordando días pasados no muy antaño de otras importantes ferias de julio donde había gestos toreros y tardes de emoción, contados por la pluma del maestro Joaquín Vidal.
Comenzamos con la tarde de un 28 de julio del 90  un principiante Enrique Ponce dió un golpe en la mesa y no desertó de un cartel del que se habían caído por extraños motivos Roberto Dominguez y El Soro, se pusó delante de 6 toros y empezó su despegue como torero. Las cosas han cambiado mucho, pero mucho, no se le puede pedir después de 20 años gestos temerarios pero si algún gesto torero con su afición que le sigue perdonando todas las facilidades y comodidades que se toma.

Tres toros de Francisco Galache, bien presentados, de juego desigual, pastueño el 12 ; tres de El Toril, bien presentados, 32 bronco, 52 y 62 cinqueños de gran trapío, manejables.    Enrique Ponce, único espada: estocada delantera (dos orejas); siete pinchazos y descabello (silencio); dos pinchazos y estocada corta perpendicular (aplausos y salida al tercio); pinchazo, rueda de peones y estocada (ovación y salida al tercio); dos pinchazos, media ladeada, rueda de peones y tres descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (vuelta); pinchazo, estocada ladeada y descabello (oreja). Salió a hombros por la puerta grande.
Plaza de Valencia, 28 de julio.
Séptima corrida de feria. Cerca de tres cuartos de entrada.
Enrique Ponce hizo la hombrada de encerrarse con seis toros, los lidió sobrado de facultades y de técnica, cuajó una faena de altas calidades artísticas, salió a hombros por la puerta grande entre aclamaciones de "torero!". Enrique Ponce, valenciano chivato (no por nada, sino porque es de Chiva), estuvo hecho un torerazo y si no hubiera estado hecho también un pinchauvas matarile salatarín, habría alcanzado mayor triunfo. Tres orejas se llevó, que pudieron ser cinco. De ellas, dos por el faenón de altas calidades artísticas; una, por otra faena importante, a un torazo hondo, cornalón, astifino y cinqueño. O sea, que ahí queda eso.A las tres de la tarde Enrique Ponce no sabía que iba a matar seis toros. A las tres de la tarde, Enrique Ponce (y todo el mundo) creía que alternaría con Roberto Domínguez y El Soro. Pero tres de los galaches anunciados habían sido sustituídos por tres pavos de El Toril y a las tres de la tarde Roberto Domínguez enviaba parte facultativo certificando que le dolía la espalda, El Soro otro certificando que le dolían los abductores, y no podían torear.
Sólo ya en el cartel, Ponce propuso encerrarse con los seis toros, a ver qué pasaba. Varios diestros valencianos se ofrecieron como sustitutos de las doloridas figuras ausentes. La autoridad adujo, sin embargo, que el reglamento no permite sustituciones después de celebrarse el apartado. La capacidad interpretativa de la autoridad, que Dios se la guarde. Porque, en efecto, no se puede sustituir a nadie tras el apartado, pero si hay causa de fuerza mayor, es distinto. Si a un torero le entra, por ejemplo, dolor de espalda o de abductores, o le da el apretón, claro que se le puede sustituir.
Viendo cómo eran los dos últimos toros, cinqueños, astifinos, más serios que guardias de asalto en noche de redada, se entiende que a la gente le entre dolor de espalda y de abuctores y hasta que se vaya de vareta. Aunque no a todo el mundo le ocurren semejantes miserias. Sin ir más lejos, Enrique Ponce estuvo allí, entero y verdadero, y lidió los cinqueños con recursos de maestro. Ahora bien, nadie echó de menos a los coletudos caídos del cartel pues, entre otras razones, ninguno de ellos habría sido capaz de torear con la pureza y el gusto de que hizo gala Enrique Ponce, principalmente en los toros que abrieron y cerraron plaza.
Durante la lidia del segundo, berrendo en colorao revoltoso y violento, cayó una tromba deagua impresionante, que obligó a aplazar la corrida tres cuartos de hora para acondicionar el ruedo. Más adelante volvería a llover. El tercer toro, castaño y cuajado, era incierto y reservón; el cuarto, berrendo en negro lucero calcetero, acabó moribundo; el quinto resultó manejable por el pitón derecho y topón por el izquierdo; el sexto, de apabullante presencia, desarrolló cierta nobleza. A todos les dió su lidia Enrique Ponce, con todos pudo, y al terminar la hombrada, cuando le sacaban a hombros por la puerta grande entre aclamaciones, estaba tan fresco como una rosa y más contento que unas pascuas. Lo que suele acontecer, cuando uno es torero a carta cabal y tiene oportunidad de demostrarlo.

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