Vía Toro, Torero y Afición (13/03/14):
El otro día escribía yo en los Salmonetes
de mis pecados, sobre unos cuantos personajes de esos que pululan por ahí
alrededor del toro: un crítico, un par de coletas, un ganadero… Luego, por
determinadas presiones, mi editor hubo de retirar esas letras, vaya usted a
saber por qué, aunque como a uno estas cosas de tan alta política y tan bajo
vuelo le traen al fresco, no hizo falta recurrir al Tribunal de Derechos
Humanos de Estrasburgo para buscar el amparo que me brinda Toro, Torero y Afición, que uno siempre sabe entender indulgentemente las cargas que tienen
que sobrellevar cada uno de los amigos.
Viene a cuento esa innecesaria
introducción porque en aquél texto “maldito” se contenía este párrafo:
«Y un paso más allá, Ponce. Se va a vivir a “La Finca”. No a Jaén, donde los
olivares sino al lado de Madrid, donde los futbolistas. Después de amagar con la Beneficencia en
Madrid y apartarse de ella por necesidades del guión, tras darse cuenta del
regalo envenenado que era ese ‘combate amañado’, anda por ahí dándose
importancia en unas deprimentes declaraciones en loor de la estirpe
juampedrera, utilizadas hasta la basca por los antiturinos que se declaran
aficionados, para rehuír, de nuevo, el
papel que le corresponde por sus años y por su trayectoria, dejándose mecer en
cositas de ínfimo compromiso publicitadas como diamantes surafricanos. Y luego
su señora en plan ‘relaciones públicas’ abrazando farolas en los saraos que
vengan bien: muerto en el entierro, niño en el bautizo, San José con barba y si
no, la Purísima»
Con
esto se venía a significar, como ya se ha puesto de manifiesto en otras
ocasiones, que lo peor de Ponce siempre ha sido su blandura en la manera de
llevar la cosa taurina, su falta de ese imprescindible instinto asesino, tan
necesario siempre en las llamadas «figuras». Cuando Tomás el pentapaquiro se
los puso de corbata, la respuesta de Ponce fue montar la estrategia de no
encontrarse con él –acaso tampoco Tomás tuviese mucha intención de encontrarse
con el valenciano-, de rehuírse y de no entrar en colisión. Por eso es que
parece que su carrera haya sido guiada por Apocalipsis 3:16: ni fría ni
caliente, al tran-tran. Acaso sea ese su deplorable concepto del señorío, pero
desde luego no es lo que a la
Fiesta ni a la afición le conviene. O le convenía, porque a
día de hoy, como dijo el clásico, lo único que Ponce tiene por delante,
taurinamente, es pasado. No se puede pretender, como alguno dice por ahí, que
el retorno de Ponce a Sevilla y a Madrid sea la gran noticia de la temporada. Ponce,
para los sevillanos, es poca cosa –aunque nos echen encima de la mesa el cesto
de las orejas-, y en Madrid Ponce es algo solamente a condición de que frente a
él se encuentren los toros broncos, con los que haga prevalecer netamente
frente a sus detractores su gran poder y su conocimiento. Decía F., viejo
aficionado de antes de la guerra, que el principal problema de Ponce es que le
lleva el suegro, Victoriano, que otra cosa bien distinta sería que en vez de
ése, recibiese los sabios consejos del abuelo de Victoriano, de aquél Pepe
Roger que conoció como Guerrita le echó de su cuadrilla y que acabó vendiendo
vino en la calle de Santa Ana y aleccionando a Vicente Pastor.
Ahora
resulta que le han dado a Ponce el PPPP (Prestigioso y Pingüe Premio Paquiro).
El premio que se creó ad homine para José Tomás, este año no es posible entregárselo
a su beneficiario natural, por manifiesta incomparecencia en las Plazas de
Toros ni siquiera como espectador. Este año el PPPP ha ido a las manos del
sabio de Chiva, mire usted por dónde. A favor del diario que entrega ese
galardón señalemos la generosidad y la independencia que se desprende del hecho
de que entreguen un premio tan mollar a un torero al que su crítico oficial
desahució y mandó al retiro en 2010 “en honor a su carrera” –al menos no fue en
«olor–», aunque como abundamiento en la idea de que Ponce es torero ni frío ni
caliente, lo que más llama la atención es
que el hombre se avenga ahora, mansamente, a recibir un premio de las mismas manos
que hace tan poco tiempo estaban enviándole al paro.
Si fuésemos seguidores del July de San Blas, o nos importase un bledo ese asunto, no pararíamos de
señalar la injusticia que se comete con él al darle un premio a Ponce por lo de Bilbao cuando quien se llevó las orejas y triunfó de manera importante, al decir de los suyos, fue el pequeñín; pero debemos reconocer con humildad que ese elevado tipo de triunfos basados en las orejas no son de nuestra incumbencia y que, por ello, las imprescindibles explicaciones habrán de ser ventiladas entre el marido de Paloma y el marido de Rosario con el sigilo que situación tan delicada merece. Y si acaso, que esté el de la capa española, como Notario Mayor, para dar fe.
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