Sabido es lo que viene sucediendo
cuando llegan las figuras a las ferias desde tiempos remotos, la
presencia, la raza, el comportamiento del toro baja acompañado de
los palmeros de turno y de los presidentes que aplican diferencia de
criterio a la hora de sacar el moquero, tardos en tirar al corral a
toros inválidos pero rápidos en la concesión de trofeos.
Más triste es cuando esto sucede en
una novillada, como ayer sucedió en Albacete, llegaron las promesas
del escalafón novilleril, sustentados por taurinos con todo el poder
y el final ya lo saben: orejas, triunfalismo, arrimones, pero
ausencia de casta y bravura, flojedad, invalidez, tercio de varas prácticamente inexistente y lo que es peor
aburrimiento.
Les pueden contar que los novillos de
Juan Pedro Domecq eran nobles, manejables, con toreabilidad, les pueden hablar del oficio y mando de Alvaro
Lorenzo, de la progresión ascendente de Ginés Marín y de la
torería de Varea (aunque nada que ver con la frescura del año pasado), pero todo esto desaparece cuando a pesar de los
pesares nada de lo acontecido se te queda grabado en la memoria
conforme abandonas la plaza, por monotonía, tedio y sobre todo falta de emoción. Asi no creo que nos salvemos.
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