Noche de cine antiguo en el periódico, con el Rey entregando a Miura el Premio Taurino de ABC.
Por un miura, “Jocinero”, que en 1862 partió el corazón a Pepete en Madrid, el Congreso casi prohíbe los toros.
–Desengáñese usted, don Eduardo –dijo el marqués de Saltillo a Miura–: en España ya no quedan más que dos ganaderías de postín, la mía, de toros mansos, y la de usted, de bueyes bravos.
El conde de Santa Coloma fue una tarde a la plaza con un ganadero a cuyos toros injuriaron las cuadrillas con banderillas de fuego.
–Y sobre tó, ¿pa qué son las banderillas de fuego? –dijeron los peones–. Pa usarlas.
–¿Y para qué son el cura y la extremaunción? –dijo el ganadero–. Pa usarlos también. Con que a ver si los usáis mañana, que hay miuras.
Pero la socialdemocracia se hizo también con la tauromaquia: desapareció
de las plazas el toro, y ahora, en vez de hombradas, se habla de
volutas y aletazos.
El nuevo lúser de la fiesta es Canorea, el empresario de Sevilla, al que cuatro figuras de confitería quieren echar de la plaza para poner el águila y el nopal.
A Canorea, listo, progre y descuidado, no le ha cogido un miura, sino Morante. Y dos veces.
Morante hace gracia porque lo mismo se invita a un día en lancha a
cambio de llevar la comida, y la comida que lleva al barco es un perol
de sopa, que se presenta en tu casa a llevarse para la suya un nido de
cigüeña (con cigüeña) porque ha oído que da suerte.
Canorea compró cinco corridas de monas para Morante, que no va a Sevilla, y tendrán que despacharlas los Javier Castaño. ¿Y la gracia? Gracioso sería que Javier Castaño le dejara a Canorea colgado con cinco corridas de rabiosos (Cuadri, Escolar, Victorino, Conde de la Maza y Miura) y que las despacharan… los Morante, a barbillazos.
Si
Canorea, ay, fuera audaz, donaría las monas a la Gota de Leche y
montaría (¡por probar!) una feria “a la francesa”: venga toros y fuera
batas de cola. Es decir, los de los c… a mandar, y los del arte, a
acompañar.
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