Solo una personalidad tan arrolladora como la de Antonio
Corbacho podría estar detrás de un revolucionario del toreo como José
Tomás. Solo una personalidad tan sideral como la suya fue capaz de
enseñar y descubrir los principios últimos del compromiso radical entre
el arte y el riesgo. Corbacho, parte sustancial e inevitable de la
historia filosófica del toreo, ha muerto hoy miércoles en Madrid
aquejado de una enfermedad hepática que acarreaba desde hace años.
El apoderado nació en Madrid en 1951 y se formó como
novillero, pero después de varios percances se pasó a la segunda fila de
los toreros de plata, donde desarrolló una carrera con los principales
matadores de su época. Se retiró en México y durante esa estancia pasó a
ser apoderado. Al otro lado del Atlántico conoció a José Tomás. Fue un
descubrimiento mutuo, un choque descomunal de fuerzas y personalidades
que propició la depuración mental y técnica del matador. También apoderó
a otros, como Alejandro Talavante, cuya llegada supuso la ruptura entre
el apoderado y Tomás, con quien mantuvo en adelante una relación fría.
“Nos dejamos de hablar. Por nada. Nos parecemos mucho, con la diferencia
de que él tiene dos cojones y yo no. Es una reacción lógica en un
discípulo que supera al maestro. Él es grandioso, yo no”, respondía en
una entrevista con este reportero en mayo de 2011. En los últimos años
apoderó a otros matadores como Esaú Fernández y en los últimos tiempos
al novillero colombiano Sebastián Ritter, con quien hizo su última
aparición en el callejón, tocado con un sombrero negro de fieltro el
pasado San Isidro.
Toreros y samuráis
Corbacho aplicaba al mundo del toro el ‘Bushido’ y los
códigos de comportamiento de los guerreros japoneses. Se acercó a aquel
mundo a través de Michael Von der Goltz, un amigo suyo novillero y barón
alemán con el que entraba en los cines a ver películas de Kurosawa
después de beber sake. A partir de ese momento, el apoderado, que
resultó un estudioso de autores como Confucio y Anácletas, depuró un
código mental, unas reglas radicales de comportamiento que influyeron en
sus pupilos. «El toreo tiene que ver mucho con aquel mundo de honor del
samurai, de compromiso vital, de aceptación de la propia muerte». Una
parte importante de esas teorías se vieron en los toreros que forjó y en
su capacidad para el sacrificio en la plaza, «algo incomprensible hoy
en día, en una sociedad en la que la gente se cree con todos los
derechos y ninguna obligación».
Para lograr preparar física y mentalmente a los matadores,
el apoderado aplicaba sesiones de yoga y de ejercicio extremo, pero
sobre todo profundizaba en los conceptos vitales de la tauromaquia a
través de una suerte de mayéutica en la que maestro y preparador
exploraban juntos las teorías del toreo. «Hablamos mucho, para
conocerles y ayudarles a que encuentren su propio camino», decía.
El apoderado, dotado de una conversación austera pero
imprevisible y en todo caso deslumbrante, vivía en una pintoresca casa
en La Alcornocosa, cerca del municipio sevillano del Castillo de las
Guardas rodeado de ovejas, burros, gallinas y otros estrafalarios
animales como erizos y un loro. Durante los últimos años le acompañaban
su esposa y Antonio Manuel, un enano que ‘rescató’ de un espectáculo
cómico para enseñarle a torear. Descanse en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario