En la antigüedad tanto lo sagrado como lo inmundo tenían ambos un carácter heterogéneo e irreductible a la ley y al mundo de los hombres, este bipolarismo mostraba de un lado la justificación de un rey o una figura divina que estaba por encima de todo por ser algo puro, y por otro lado tenemos a la inmundicia de aquello que por ser abyecto y oscuro nos hacia mostrar un rechazo a no querer hablar de ello.
En las sociedades que han buscado una homogeneidad y un aplacamiento de lo heterónomo, siendo por principio imposible, se ha visto tarde o temprano el afloramiento de un derroche por parte de la élite que han sucumbido al resto de la población a la miseria y a una condición esclavista.
No consiste tanto la cosa en ser esclavos o ser soberanos, sino en entender que ambos caracteres no son personas, sino momentos de la existencia, pues el hecho de beber una copa de vino después de una dura jornada laboral de explotación es pues la forma de evasión, aunque sea mínima, del hombre que aun siendo esclavo se muestra en ese momento como soberano.
Hay una hipocresía en los estados modernos a cerca de esta homogeneidad, que más que para garantizar el derecho a disfrutar de todos los hombres, ha servido para condenar a unos a vivir como esclavos y a otros a vivir como soberanos.
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